Tengo dudas de si el deseo de controlar todo es innato o adquirido. Desde pequeños intentamos alcanzar y poseer todo. Lloramos si nos quitan juguetes, los llantos por separación son comunes y desgarradores e incluso desde mi humilde opinión, no hay nada peor para los niños que no saber qué sucederá después, es por eso que los hábitos y rutinas tranquilizan a los niños asegurando un cierto control de las situaciones. Por estas situaciones y otras que suceden a lo largo del ciclo vital, no dudo de que el deseo de controlar es un deseo universal y muy humano.

Aprender sobre autocontrol, controlar situaciones, fluir, frustraciones y demás emociones relacionadas debería ser obligatorio, pero en situaciones críticas es donde realmente valoramos la ausencia de este aprendizaje.

No es la vida, no es la situación… es lo que cada uno hacemos con ella. Su gestión y afrontamiento es el que nos provoca unas sensaciones u otras.

Ante la falta de control no somos capaces de continuar sin que nos afecte esta ausencia. Las consecuencias son muy variables, aunque generalmente, la ansiedad es uno de los principales síntomas y el miedo la principal emoción.

El miedo que surge no es el problema. Éste es natural y necesario para nuestra supervivencia. El problema es cómo manejamos ese miedo.

El principal objetivo es fluir. Afrontar las situaciones aceptando las emociones incluso las que consideramos negativas y seguir avanzando.

Socialmente, nos cuesta entender la visión de las personas que fluyen, nos cuesta entender que en ocasiones complicadas existan mentes que encuentren el lado positivo de las cosas o que se recuperen antes de determinadas situaciones.

Anclarnos en el miedo o en la pena hace que alimentemos nuestras preocupaciones y nuestra capacidad para actuar se reduce. No quiere decir que tengamos que negar su existencia, pero debemos aceptar y superar para avanzar. Tenemos que identificar cuando la emoción deja de ser solo una emoción y se convierte en un daño que nos paraliza. La mejor manera para descubrirlo es: observarnos, escucharnos y siempre compartirlo.

Ante el deseo irrefrenable de control la mejor solución es centrarnos en aquello que somos capaces de controlar. Situaciones cercanas y coherentes que permiten cierto control en sí mismas. Es en estas situaciones en las que tenemos que centrarnos cuando nos asalten situaciones críticas e incontrolables.

Aceptemos que es imposible controlar lo incontrolable y comencemos a vivir. Usemos nuestra energía en encontrar el lado positivo y el aprendizaje de las cosas.